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¡Quiero dignidad, quiero normalidad!

Este fin de semana miles de personas se han echado a la calle para manifestar un año más su “orgullo” ante una orientación y/o identidad sexual diferente a la que se entiende por “normal”.

Al igual que ocurre con otras celebraciones nacionales, como por ejemplo, el día de la mujer trabajadora, el hecho de reivindicar lleva intrínseco una necesidad de retroalimentación positiva, de aceptación popular, sobre algo que no conseguimos integrar de manera natural.

Atendiendo a los procesos mentales básicos que nos caracterizan, todo aquello que necesitamos resaltar de forma exagerada mediante nuestra conducta manifiesta, conlleva una necesidad de aprobación interna ante algo que no se acepta sobre nuestra propia identidad. Son muchos los perfiles psicólogicos dentro de la psicopatología que podrían ilustrar este principio (narcisista que necesita un constante y excesivo alarde de sus cualidad personales, y que no es más que un mecanismo de defensa, para salvaguardar y protegerse de una debilidad autopercibida; celotípico que pega a su mujer para “protegerse” de su cobardía insegura, etc.).  Por lo tanto, tanto una manifestación de aceptación excesiva, como un rechazo permanente ante estos términos se traducirían en una falta clara de aceptación real.

Y es en esta falta de aceptación social donde llegamos a la raíz justa del problema que nos representa actualmente: hemos incluido los términos (homosexual, transexual, afeminado,etc) pero no hemos cambiado los roles y esquemas mentales que los representan de forma adecuada. Estos roles (papel que se asocia a la mujer y al hombre en la sociedad) y esquemas mentales (lo que se supone que corresponde hacer conforme a esos roles) están íntimamente relacionados con la educación y los valores individuales que nos inculcan desde pequeños, y que condicionan nuestra percepción del mundo de mayores.

Por un lado, se suelen confundir los conceptos de orientación sexualidentidad sexual. El primero hace referencia al sexo (hombre o mujer) sobre el cual nos sentimos atraídos, q bien puede ser el sexo diferente (heterosexual) o el mismo sexo (homosexual). El segundo, se refiere al hecho de considerarnos como hombres o  mujeres (roles asociados culturalmente), y es independiente del sexo biológico que nos representa. Es decir, puedes tener una identidad sexual cambiada (sentirte mujer en cuerpo de hombre) y mantener tu orientación sexual hacía el sexo diferente (gustarte las mujeres). O viceversa, tener tu identidad sexual acorde con tu cuerpo (sentirte hombre en cuerpo de hombre) y tener una orientación sexual hacia el mismo sexo (gustarte los hombres).

Por otro lado, ¿incluimos estos conceptos dentro de lo que consideramos como “normal”? Es obvio que no. Resulta curioso, como siendo un tema que ha estado vigente en todas las generaciones, todavía siga cargado de tanta estigmatización. ¿De dónde vienen estos prejuicios?

Con la metáfora de Adán y Eva la religión católica ejemplifica la unión posible sobre la que establecer el amor y la reproducción en la especie humana. Es cierto, que de forma natural el organismo viene predestinado para poder únicamente procrearse entre hombre-mujer. Pero, ¿es que este es el fin principal y único cuando nos relacionamos en pareja?  Son muchos los casos en los que no se puede tener descendencia y no por eso dejan de ser funcionales. En última estancia, si como especie existe la posibilidad de sentirnos atraídos por un mismo sexo, la homosexualidad debe aceptarse, integrarse y dotarse de unos derechos exactamente iguales que si de una orientación heterosexual se tratara.

La identidad sexual cambiada implica un malestar personal que se soluciona con un cambio de sexo. La transexualidad no es más, por tanto, que una solución a un problema psicológico como cualquier otro que requiere una operación.

Para integrar todos estos conceptos es necesario un cambio actitudinal, tanto desde arriba (cambiar la legislatura que ampare unos derechos normalizados) como desde abajo (ampliar la educación hacia unos conceptos que se adapten a los criterios reales de lo que representa ser homosexual o transexual).

Marta Mero

Psicóloga

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