En el campo español por cada 100 empleados 31 son mujeres

Amplíe la imagen para ver mejor el gráfico sobre empleo en el sector agrario español y la participación de las mujeres
El empleo en las actividades agrarias y ganaderas se ha masculinizado desde la crisis económica de 2008
Las diferencias entre comunidades autónomas son llamativas, con una ratio mujeres/hombres de aproximadamente 70/100 en Asturias y Cantabria frente a una de 10/100 en Extremadura
En la agricultura y la ganadería españolas predominan los hombres. Y más desde la crisis económica de 2008.
De las aproximadamente 740.000 personas que actualmente trabajan en el sector agrario nacional, solo 177.000 son mujeres: es decir, por cada 100 hombres hay 31 mujeres.
Este sábado se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales y Funcas ha analizado los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) para llamar la atención sobre las labores que llevan a cabo las mujeres que viven y trabajan en el campo español.
Si la aproximación entre las tasas de empleo masculinas y femeninas se considera una condición necesaria para avanzar hacia la ‘igualdad real entre mujeres y hombres en el medio rural’, la tendencia es poco halagüeña. En 2008, el sector empleaba a 40 mujeres por cada 100 varones; en 2016 este indicador llegó a su valor más bajo (30), recuperándose ligeramente hasta 2019, para volver a caer en 2020. Desde entonces, la relación entre mujeres y hombres empleados en el sector agrario apenas ha variado.
Las diferencias entre comunidades autónomas son llamativas. En Asturias y Cantabria -regiones con una ocupación agraria inferior a la media nacional- la relación entre mujeres y hombres ocupados en el sector es aproximadamente de 70/100. En cambio, en Murcia y Extremadura -las dos autonomías con mayor ocupación agraria- el número de mujeres empleadas por cada 100 varones empleados es de 34 y 10, respectivamente.
Por tanto, las mujeres que trabajan en la agricultura y la ganadería no están más presentes en aquellas comunidades con más empleo en el sector primario; más bien al contrario, la participación femenina en el empleo se aproxima más a la masculina en las comunidades en las que el sector de la agricultura y la ganadería genera menos puestos de trabajo.
En cuanto a la evolución por modalidades de actividad, la caída del empleo más intensa se aprecia entre las trabajadoras autónomas (sin empleados), cuyo número ha descendido de alrededor de 95.000 en 2008 a apenas 64.000 en 2022. También las asalariadas -la modalidad de actividad más frecuente- han sufrido un descenso importante en ese periodo (de 124.000 a 107.000).
En cambio, las empleadoras (autónomas con empleados) muestran desde el final de la crisis económica una tendencia ascendente, aunque con oscilaciones. El aumento de las mujeres empleadoras en este sector ha sido más intenso que el de los varones empleadores, si bien el número de ellas (9.600) es aproximadamente cuatro veces menor que el de ellos (37.700).
Funcas recalca que muchas mujeres que trabajan en la agricultura y la ganadería no quedan recogidas en alguna de las mencionadas categorías de actividad formal. No constan como trabajadoras autónomas (con o sin empleados) ni como asalariadas, pero realizan labores indistinguibles de las de unas y otras. Son, en muchos casos, mujeres que contribuyen informalmente a la explotación agraria familiar, bien de manera habitual, dedicando unas horas cada día, bien según lo requieran las muchas vicisitudes a las que está sometida la actividad en el campo. Intercalan esas actividades laborales bajo sol y lluvia, que escapan a la contabilidad nacional y las estadísticas del empleo, con su trabajo principal: el cuidado de la casa y de las personas dependientes en el hogar (niños y/o personas mayores).
En el reciente ‘Diagnóstico de la Igualdad de Género en el Medio Rural 2021’ se afirma que el número de horas que las mujeres rurales dedican diariamente al trabajo doméstico quintuplica el que dedican los hombres (ellas, casi 10 horas; ellos, menos de dos), a menudo sin remuneración. Al hilo de este dato, no es de extrañar, concluye la Fundación de Cajas de Ahorro, que las hijas de estas madres no quieran coger el testigo y continuar con este modelo de producción económica y familiar.