«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.
Historiador de formación y periodista de profesión, todo un clásico del intrusismo que engrandece a este oficio. Primera autoridad nacional en perroflautología, es autor de ocho libros: tres biografías, cuatro ensayos sobre historia de España y una enciclopedia, perdón, enziklopedia que reúne todo el saber perrofláutico acumulado en la primera generación Logse. Tras un esfuerzo intelectual semejante sólo le han quedado ganas de conducir Negocios.com a buen puerto.

El ‘cinecidio’ (II)

15 de octubre de 2013

Me escriben indignados algunos lectores por la columna de la semana pasada en la que mostraba mi indiferencia más absoluta ante el cierre de las salas de cine en Madrid. Alguno dice no entender cómo tengo tan poca sensibilidad, mientras otros menos conciliadores se acuerdan de todos mis muertos. Bien, dicho esto me reafirmo. No me preocupa que cierren cines e incluso aumento la apuesta extendiéndola a los teatros, los auditorios y las bibliotecas. Con esto no quiero decir que quiera que cierren, simplemente que me parece razonable que lo hagan cuando la gente –usted, yo, su vecino, el mío…– apenas vamos al cine, y no digamos ya al teatro o al Auditorio Nacional a escuchar pestiños de autores contemporáneos que gustan mucho a los comisarios culturales de turno y, supongo, también a Pepe Oneto, que ha pasado media vida allí.

 Tendemos a confundir los gustos propios con los ajenos. Es algo infantil, interpretamos que porque algo nos guste a nosotros mucho significa que tiene que gustar a todo el mundo. Sobre este sustrato se edifica la política, la ley y la coacción. El cine no es ni bueno ni malo, simplemente es. Quien quiera que siga existiendo no tiene más que consumirlo. Ídem para el teatro o la música clásica. El teatro siempre me aburrió soberanamente, no así la música clásica, a la que soy aficionado desde hace muchos años. Esto, claro, no es sinónimo de que mi ánimo sea utilizar los Presupuestos Generales del Estado como soporte para mis aficiones privadas. Las sinfonías de Beethoven son importantes en mi vida, pero entiendo que a la mayoría de mis paisanos ni les vayan ni les vengan, así que no quiero que me paguen las orquestas y sus conciertos. De eso ya me encargo yo, y como yo los aficionados españoles, que somos pocos pero muy entusiastas.

En un mercado abierto, uno genuinamente abierto, sin restricciones de entrada y sin incentivos artificiales, hay espacio para todo y para todos. El paradigma de ese mercado es Internet. Ahí no han cerrado los cines, ni las salas de concierto, ni las bibliotecas, ni nada de nada. Gobierna la demanda, gobiernan nuestros gustos, gobernamos nosotros. En Internet hasta lo más insospechado tiene cabida. Desde las películas más extrañas de directores desconocidos hasta los taquillazos. Como es lógico lo más visible es lo que más audiencia tiene y lo menos visible es lo demandado sólo por unos pocos. La música de Justin Bieber o de Lady Gaga es ubicua, la de Beethoven no tanto, y no me meto ya en los motetes de Palestrina, que son una delicatessen tan sofisticada y minoritaria que los aficionados casi se conocen entre ellos. 

El mundo de hoy es más parecido a Internet de lo que a muchos les gustaría. Los amigos de la licencia, el monopolio y el privilegio están de enhoramala. Su tiempo ha pasado y, quizá, también el de los cines de mil butacas y sesión doble. No hay nada que lamentar. El cine con mayúsculas seguirá existiendo como siguió existiendo la música después de la muerte de los cilindros de gramófono.

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